Hay momentos en la vida en los que, sin saber muy bien cómo o por qué, nos detenemos. A veces es por una crisis, otras por simple agotamiento. Nos encontramos en una pausa que al principio puede sentirse incómoda, como si estuviéramos fallando al detenernos. Pero con el tiempo, he aprendido que estas pausas no son el final de un camino, sino una parte fundamental del proceso de transformación.
Permitirse volver a empezar es uno de los actos más poderosos de amor propio. Es reconocer que somos seres cíclicos, que no siempre podemos estar en constante movimiento o productividad, y que está bien detenerse para recargar, reevaluar o simplemente respirar.
Hay una creencia generalizada de que pausar significa perder el ritmo, o que cada interrupción es un retroceso. Pero ¿qué pasa si en lugar de verlo así, lo percibimos como una oportunidad? ¿Y si, en esa pausa, se están gestando las ideas, las emociones y los cambios que realmente necesitamos para avanzar con mayor claridad y fuerza?
Nos exigimos mucho: ser eficientes, productivas, siempre en control. Pero en ese afán de cumplir con todo, olvidamos la importancia de escuchar nuestros ritmos internos, de atender nuestros ciclos naturales de crecimiento y descanso. Porque no siempre podemos estar "haciendo" —a veces, necesitamos simplemente "ser". Y es en esos espacios de quietud donde ocurre la verdadera reflexión, donde nos reencontramos con nosotras mismas, y donde el proceso de renovación comienza.
Volver a empezar no es señal de debilidad. Es un acto de valentía. Implica tener la capacidad de mirarnos con honestidad y reconocer que algo no está funcionando, o que simplemente ya no queremos seguir el mismo camino. Y en lugar de castigarnos por detenernos, nos damos el permiso de decir: “Está bien. Puedo intentarlo de nuevo.”
A veces, la vida nos empuja a cambiar de dirección, otras veces nos invita a quedarnos quietas. Pero sea como sea, esas pausas son necesarias para crecer. No tengamos miedo de detenernos, de reevaluar, de sanar, de llorar si es necesario. Porque en cada pausa, hay una semilla esperando ser plantada. Y cuando estemos listas, volveremos a empezar, con una energía renovada y una visión más clara de quiénes somos y hacia dónde queremos ir.
Así que si te encuentras en ese lugar de pausa, quiero recordarte algo importante: está bien detenerse. Está bien respirar. Está bien empezar de nuevo, las veces que sea necesario. Porque cada reinicio es una oportunidad para reencontrarte, para aprender, para florecer de una manera distinta.